top of page

De bruces con la realidad

  • Foto del escritor: Rocío Martín
    Rocío Martín
  • 26 oct 2021
  • 6 Min. de lectura

Fascinante a la par que peligrosa la inocencia que inunda nuestro ser en la adolescencia. Esa etapa llena de granos figurados y literales que tanto bien y tanto mal nos ha hecho a todos y todas. Vidas que se ven truncadas por malas elecciones y peores proyecciones. Amores que desgarran nuestra psique y que la plagan de falsas ilusiones. Planes futuros que destapan nuestros mayores deseos y los más profundos sentimientos.


Aún recuerdo con claridad meridiana aquella chica de catorce primaveras que quería comerse el mundo y que se olvidó de usar un buen protector de estómago. Creaba, ideaba, inventaba e imaginaba maravillas sobre lo que sería de ella al llegar a la madurez, a la plenitud de su esencia a la sabiduría en el sentido más platónico.

Deseo tantas cosas...Quiero ser alguien importante se dijo a sí misma. Quiero ser médico, quiero ser profesora. Quiero ser fotógrafa, quiero ser modelo. Quiero salvar vidas, salvar el mundo si es posible. Quiero ser famosa. Quiero enamorarme y forma una familia mientras sea joven. Quiero tener hijos antes de los treinta y darles lo mejor. Quiero una bonita casa con un jardín grandioso y un bólido de última generación. Deseos triviales, vacíos y lleno de tópicos. Adolescencia en estado puro.


Pero sobre todas estas cosas, quiero tener tiempo. Tiempo para hacer todo lo que deseo. Tiempo para pensar. Tiempo para vivir. Incluso tiempo para tener tiempo. Así qué ¿Podré comprarlo – el tiempo - ? ¿Tendré riqueza suficiente?

Recuerdo que pasaba poco tiempo con mi padre y que con mi madre era diferente. Mi madre era una mujer arrolladoramente joven en aquel entonces. Desprendía fuerza y poderío. Se le veía segura de sí misma, convencida.

Cada vez que se enfadaba por algo que aquella chica de catorce años no había hecho bien, me hacía sentir temerosa de sus palabras, de su imponente verdad. Ese carácter duro, sólido, no era más que una máscara que ocultaba en sus raíces más profundas los mayores temores, su innegable inseguridad, el miedo a perder el control de la situación, el miedo a perder a esa chica que quería volar pero a la que aún no le habían brotado alas.


Mi padre, siempre tan soñador, tan optimista, tan trabajador. Su máscara era aún más gruesa e impenetrable que la de mi madre. Más difícil de traspasar, infranqueable. Escondía sus emociones, sus sentimientos más puros.

Supongo que ambos tenían miedo. Ser padre no es nada fácil. Cuesta mantenerse en la cima de la pirámide y hacerlo a la par en sus cimientos. Todavía no existe nadie con el ansiado don de la ubicuidad.

Siempre me han querido, siempre me lo han demostrado – aunque quizás no del modo en el que a mí me hubiera gustado – , siempre he podido contar con ellos, pero siempre sentí que necesitaba más cariño, más atención, más tiempo. Insaciable. Siempre insaciable.

Sin embargo, ¡quién pudiera viajar ahora a aquella época al estilo Billy Pilgrim, para respirar de nuevo el aire de esos momentos!


¡Ay! El tiempo, esa magnitud física que se empeña en ordenarnos y desordenarnos la vida.

Pues bien, tiempo es lo que he tenido desde aquel entonces hasta ahora para pensar en ello. Y ahora, más de veinte años después, que es bastante tiempo - aunque quizás no suficiente - ¿qué tengo? ¿qué he conseguido? Darme de bruces con la realidad.


No he logrado salvar el mundo. No tengo una casa enorme con un jardín más enorme aún. No soy modelo, ni médico. Tampoco tuve hijos ante de los treinta. Ni siquiera me casé "joven". ¡Qué tontería! ¡Cuántas metas, cuántas etiquetas absurdas! Conejillos de indias para una segunda vida. Lástima que ésta no sea posible...


Así que, sin más, la realidad se nos impone sin que podamos hacer nada. Nos creemos capaces de controlarlo todo, de manejar cualquier situación, de conseguir cualquier cosa, incluso a veces a cualquier precio. Pero la realidad está ahí para decirte que las cosas no son como tu quieres, que no eres ningún dios. No eres el amo del mundo. No controlas tu vida y mucho menos aún tu destino.


El resultado de la no consecución de un objetivo se llama frustración. El diccionario lo describe como: “privar a alguien de lo que esperaba”. Así se siente, en ocasiones, esa niña de catorce años veinte años después.

Sí, a mi también me privó la vida de aquello que esperaba. A todos nos han privado alguna de vez de algo que ansiábamos.

Duele pensar en el paso del tiempo. No lo tuve y ya no puedo tenerlo. No lo hice y ya no puedo hacerlo. Y un largo etcétera.

¿Qué hago? Nada. No puedo luchar contra lo que “es” para que deje de ser. Los años han pasado y también lo que ha ocurrido durante ellos. Pasado. Eso es ahora, pasado.

Ahora usemos lo que sabemos del pasado para mejorar el presente y con suerte el futuro inmediato. Proyectemos la frustración y salgamos de ella.

¿Realmente ha sido todo tan malo? No.


La bendita existencia del amor de mi vida - que insisto, no llegó antes de los treinta – arroja los fracasos y la desilusión al lugar más recóndito de mi mente hasta que los olvido por completo. Mi hijo. Ese ser cuasi divino lleno de fuerza, de energía y vitalidad que maneja el mundo a su antojo y lo llena de luz y de sentido.

Llegó a mi vida a los treinta y tres. ¿Demasiado mayor? Pues depende. Algunos ya habían muerto a esa edad. ¿Verdad?


Pero sigue doliendo. Duele no conseguir todo aquello que tenías pensado. Duele porque el tiempo no deja de pasar, y pasa dejándolo todo tal y como no querías. No tienes la vida ideal que habías imaginado, esa que habías creado y soñado durante tantos años. Esa que la aceleración social te obliga a cumplir. Absurdo.

¿Por qué? Me pregunto y me he preguntado tantas veces. No dejo de preguntarme de hecho. Supongo que mi profesión y mi condición como filósofa me obliga a hacerlo constantemente. Es una cuestión terrenal como diría un habitante de Tralfamadore.

Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que todos somos, insectos prisioneros en ámbar”.

Esclavos del tiempo. Eso es, esclavos del tiempo. Obligados a ser, obligados a estar, o al menos, obligados a decidir. Ser o no ser.

La primera línea de un soliloquio de la obra de William Shakespeare, Hamlet (escrita alrededor de 1600).


Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con solo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos.

Cada uno es libre de pensar y creer lo que quiera acerca de lo que pueda o no pueda haber tras la muerte. Pero créanme, vivan por si acaso.

Sólo tienes el aquí y el ahora para seguir luchando. Tienes todo el tiempo que tu destino haya planeado para alcanzar lo que ansías. Pero ten cuidado. Algo te está vigilando y tropezará contigo cuando menos lo esperes.


¡Pum! La realidad. Te avisé.





 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

留言


bottom of page